viernes, 8 de febrero de 2013

Material para fortalecer la lectura en el aula


Cuentos

La Ratita Presumida
Érase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día la ratita estaba barriendo su casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro.
La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda.
“Ya sé me compraré caramelos... uy no que me dolerán los dientes. Pues me comprare pasteles... uy no que me dolerá la barriguita. Ya lo sé me compraré un lacito de color rojo para mi rabito.”
La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita.
Al día siguiente cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al balcón de su casa. En eso que aparece un gallo y le dice:
“Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”.
Y la ratita le respondió: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”
Y el gallo le dice: “quiquiriquí”. “Ay no, contigo no me casaré que no me gusta el ruido que haces”.
Se fue el gallo y apareció un perro. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces?”. “Guau, guau”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido me asusta”.
Se fue el perro y apareció un cerdo. “Ratita, ratita tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú por las noches qué ruido haces?”. “Oink, oink”. “Ay no, contigo no me casaré que ese ruido es muy ordinario”.
El cerdo desaparece por donde vino y llega un gato blanco, y le dice a la ratita: “Ratita, ratita tú que eres tan bonita ¿te quieres casar conmigo?”. Y la ratita le dijo: “No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?”. Y el gatito con voz suave y dulce le dice: “Miau, miau”. “Ay sí contigo me casaré que tu voz es muy dulce.”
Y así se casaron la ratita presumida y el gato blanco de dulce voz. Los dos juntos fueron felices y comieron perdices y colorín colorado este cuento se ha acabado.



RAÚL EL CIENPIÉS
Verano. El sol pega fuerte sobre el campo verde y florido. Entre la numerosa maleza vive una gran comunidad de cienpiés, aquellas extrañas orugas que se caracterizan por la gran cantidad de patitas que poseen. Estos cienpiés son muy amistosos y se reúnen en grupos para salir a caminar, a bailar, a bañarse en los charcos, a comer hojitas y todas aquellas cosas entretenidas que hacen los cienpiés cuando están felices.
Pero había uno llamado Raúl al cual nadie invitaba y que pasaba todo el tiempo solo y si quería entretenerse tenía que inventar sus propios juegos. Juegos solitarios, juegos aburridos. La soledad lo había transformado en un cienpiés tímido y no se atrevía a preguntar el por qué no lo invitaban. Él se miraba en las pozas de agua y se comparaba con los otros y no encontraba ninguna diferencia entre él y los demás. Lo único raro que había notado era que todos los cienpiés que pasaban a su lado hacían extrañas muecas con su nariz. Hasta que  un día se armó de valor y preguntó al primero que pasó a su lado el por qué todos lo evitaban. La respuesta lo dejó helado.
  1. -Es que no te lavas los pies y los tienes muy hediondos, y como son cien... ¡puf, puf! 
Raúl se puso rojo de vergüenza (él es verde) y salió corriendo como loco al primer charco que encontró y se puso a la difícil tarea de lavar bien sus numerosos pies.
Desde ese momento Raúl lava sus patitas todos los días y ya no le da flojera hacerlo porque la recompensa fue muy buena, ahora tiene cientos de amigos para jugar, caminar, bailar y ser feliz.


LA 
SEMILLA
Una vez en el campo, se encontraron, un par de semillas de sandía, que son muy grandes y una semillita pequeña y tímida.
De inmediato, las grandotas, empezaron a molestar a la pequeña.
- “Eres enana”, le decían.
- “Casi no te ves.”
- “Cuidado que te aplastamos”, se reían.
La semillita estaba a punto de llorar.
En eso estaban, cuando llegó la hora de entrar en la tierra, para iniciar el largo y natural proceso de transformarse en plantas.
Pasó el tiempo y empezaron a crecer. Las sandías no crecieron mucho, porque sus frutos eran muy grandes y pesados.  
Mientras tanto, la pequeña semilla resultó ser un árbol, y crecía y crecía. Y en ese momento miró para todos lados y dijo:
- “¿A dónde se habrán ido las semillas que me molestaban tanto?”
Y las sandías se pusieron verdes de envidia por fuera y rojas de vergüenza por dentro.










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